Escrito por Marilys Lassus
Cuando hablamos de liturgia, hablamos de ceremonia, de solemnidad, de tradición, de tiempo. Es por eso que traigo este tema. Por muchos años he pensado en este tema. En los últimos años se ha promovido tanto el “avivamiento” el “fluir del espíritu” tantas cosas. Pero, sabemos exactamente lo que eso significa?
Se ha exagerado el ruido, el empuje a que “algo suceda” en el servicio en la iglesia. Y, nos hemos equivocado. El verdadero amor ha menguado, la competencia a crecido. El enfoque es como crecer en números, pero el crecimiento espiritual, como gente cristiana no esta. El énfasis es cuantas luces hay en el devocional, cuantas personas hay cantando o cuantos músicos hay y cuantas personas hay en el servicio.
Al final, nadie conoce a nadie. Añoro esos tiempos cuando la congregación era una familia. Cuando el pastor/ministro conocía a sus miembros. Cuando no era un grupito o como le llaman ahora, una célula. En la iglesia primitiva, “La congregación de los que creyeron era de un corazón y un alma”. Así era. Es difícil decir lo mismo de la iglesia presente.
El enfoque a lo superficial ha convertido a las iglesias en un club de entretenimiento. Por eso miro la ceremonia y la liturgia como un recordatorio del por que estoy ahí. El sacrificio del Señor en la cruz por nosotros. No hay otra razón para estar en la iglesia. El oír las palabras que el Señor dijo antes de morir, “este es mi cuerpo, esta es mi sangre”. El ver lo que las cosas representan. El oír que lo importante no es el espectáculo, sino la reverencia. El saber que no estamos sólo para recibir como ahora las canciones y las predicaciones son casi todas, “ven”, “dame”, “lléname”, “satúrame”, etc.
La iglesia de hoy, en mi opinión, tiene y debe de volver a sus raíces de la iglesia primitiva. Dar, buscar al que esta perdido, sanar, restaurar, amar. Todo lo demás está demás.
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